Texto sobre «TWINS (Paisajes tautológicos)»

Una rosa es una rosa es una rosa.

G. Stein

Las Vanguardias han utilizado desde sus inicios el mecanismo de la deconstrucción como herramienta básica de la Modernidad. Francisco Ceballos analiza la realidad aplicando su contrario, la Reconstrucción. Practica el «tachismo evolutivo”, utilizando las manchas como unidades plásticas básicas, en su estado más simple, como moneras causales. Estas se van organizando según su propio patrón interno, adquiriendo así un significado nuevo. Es la fase de conceptualización de las formas, donde la forma se transforma primero en símbolo y luego en un concepto complejo. En este sentido un concepto recurrente en su pintura es la flecha. Se trata de una forma muy simple, el resultado del cruce de dos líneas. Es una unidad plástica básica presente por todas partes y que, según el caso, separa o agrupa al resto de las manchas del cuadro. Al mismo tiempo ese complejo entramado de líneas dota a cuadro de ritmo, vibración y agilidad. Los dardos simbolizan el movimiento, los actos externos ante los que el artista se define y reflexiona, los absorbe, los interpreta y los recrea en el lienzo. Pero algo tan elemental puede ser a la vez una estructura muy compleja, la flecha es el símbolo del martirio y el martirio es el concepto del papel del artista ante el mundo el que ha visto y da testimonio de su hallazgo.

Ceballos es un pintor antiduchampiano porque sugiere diferentes argumentos para que el espectador puede elegir. No quiere conducirle a su territorio porque su pretensión es que este comprenda y comparta sus vivencias. Siempre debemos comportarnos de forma meditada y conseguir ser nosotros los receptores directos de las manifestaciones artísticas, eligiendo libre pero reflexivamente de entre lo que los creadores ofertan. Así se ha ido forjando el Arte y sus reglas, desde la antigüedad cuando no había autores sino artesanos al servicio de quién pagaba. Los demás personajes implicados, a pesar de la importancia que han ido acumulando, deben limitarse a desarrollar su papel secundario. Lo capital es el discurso y que este guste al Capital. Los argumentos-mentiras-opiniones deben organizarse en torno a un esquema previo, dirigido a condicionar las acciones y las ideas del otro. Esta es la clave para que un mensaje resulte exitoso. En el arte actual el texto es el discurso organizativo básico en torno al que gira toda la argumentación artística. Un escrito bien estructurado que simule una coherencia compleja es un elemento de triunfo; en cambio la obra es secundaria. Un acto sin ideas es un vacío en el mundo posmoderno. El arte de Frankallos no es narrativo porque cada cuadro es tiempo detenido, un fotograma aislado de una narración fílmica, de un proceso vital en desarrollo continuo.

Sus obras son películas; superposiciones de fotogramas que se concretan en el último fotograma, allí donde la película se detiene en su momento crucial. El resto del filme está oculto tras capas de pintura. Cada pintura de Ceballos es una partitura distinta. Los colores son notas, los volúmenes y las masas son los tiempos y los silencios. Una pelea contra el enemigo principal, que es uno mismo. Una mentira porque lo que se cuenta es pura parcialidad, algo ajeno a la realidad más inmediata. Un juego que oculta las incógnitas y aflora una nueva realidad interior inventada que sirve para esconder los secretos.

La realidad tiene múltiples facetas y resulta imposible captarlas todas a la vez. El punto de vista es concluyente, el lugar desde el cual observamos el mundo determina nuestra visión. Al fotografiar el mundo adoptamos una posición fija, lo cual hace que la imagen captada sólo refleje una de esas facetas. Si retratamos los objetos desde varios ángulos, ampliamos nuestra observación. Si combinamos varias imágenes haciéndolas dialogar, indagamos mejor y nos acercamos más a la verdad que nos rodea y eso es lo que busca el artista. El trabajo del artista es una continua disputa contra el enemigo principal, que es uno mismo. Su compromiso es una mentira porque lo que cuenta es pura parcialidad, algo ajeno a la realidad más inmediata. Un juego que oculta las incógnitas y aflora una nueva realidad interior inventada que sirve para esconder los secretos. Es la subjetividad completa que nace del grito roto de la tela vacía y se va llenando de masas de color intenso hasta saturar de forma desgarrada y forzada el espacio del cuadro con un agresivo cromatismo hiriente que se desplaza desde lo más hondo del alma y saca al exterior toda su grandeza humana.

 Parte primordial de este ritual contemplativo, común a todas las representaciones artísticas, es el silencio contemplativo. Pero el arte es puro ruido, resulta de entrechocar y enfrentar elementos en una huida compleja de la disonancia, en la que fricción constante de los elementos plásticos genera el pensamiento cromático. Sí el pensamiento humano es el resultado del encadenamiento de las ideas en una infinita sucesión de asociaciones mentales, en la obra de Francisco Ceballos sus elementos se comportan de forma similar. Es la consecuencia de asociaciones intelectuales resultantes del análisis de las relaciones espaciales y geométricas entre las líneas, las formas, las manchas y los colores ordenados dentro de los límites de la tela. Así organiza una geometría especulativa tan compleja como los procesos intelectuales.

Si nuestras ideas se entrelazan entre sí, conectando en un mismo momento temporal sensaciones, recuerdos y reflexiones, sus obras se comportan de igual modo. Como si de una experiencia mental se tratara las líneas, las formas, las

manchas y los colores se solapan formando un complejo mapa intelectual. En ocasiones estos procesos mentales quedan ocultos, pero al menos quedará rastro homeopático, el cual sirve de guía para una contemplación reflexiva de la obra. El solapamiento de significantes (sensaciones, ideas, recuerdos, experiencias, conocimientos, cultura, el trabajo de otros artistas) genera la complejidad a la obra que facilita su visión desde varios prismas. Busca Francisco Ceballos acumular ideas de forma ordenada en niveles de interés. Algunas van quedando relegadas en perjuicio de otras más interesantes o congruentes con el resto, pero en ningún caso quedarán eliminadas del cuadro. Su huella permanece escondida tras capas de pintura, intuyéndose su rastro de forma más o menos perceptible.

El arte es la recreación de una representación de la verdad, un ensueño que parece real sin serlo, que nos parece cercano y propio porque se nutre de lo imaginado, de lo que no hemos vivido y por ello deseamos «(esa disposición misteriosa de implacable lógica para un objetivo vano»). Es la búsqueda de lo innombrable, que lo desconocido, de lo que ocultamos; es descubrir los horrores que llevamos dentro. En esa búsqueda, que es vivir, se investigan realidades. Se hallan los aspectos ocultos en un puro acto de autodestrucción. Nos desprendemos de parte de nuestra humanidad, se nos revela la verdad desconocida, nuestros demonios.

Pintar es una exploración, un proceso de investigación por el cual se descubren nuevas realidades. El hallazgo de los aspectos ocultos es un acto autodestructivo; es desprenderse de parte de uno mismo tras lo cual se revela una verdad desconocida de uno mismo. El arte es perseguir lo innombrable. Pintar lo conocido aburre tanto al pintor como al espectador y por eso se impone la búsqueda de lo oculto que es descubrir nuevos mundos a través del color. Ver es recordar; el que contempla, se perpetua. Miramos tan solo aquella parte de lo que nos rodea que queremos recordar, el resto ni siquiera lo percibimos. Pintar es una mentira, porque es un proceso de autocomplacencia. El autor es Dios y como él está solo. La lucha es contra el mundo y no contra uno mismo, que ya está convencido. Hay que persuadir al otro-enemigo y para ello valen todas las armas: el engaño, el halago fácil, los espacios comunes, las ideas previas, las disertaciones vacuas disfrazadas de profundidad. Todo vale con tal de ser escuchado.

Podemos decir de manera concluyente que los espectadores actuales están sobrecargados por un monumental memorándum mnésico que cubre con un velo desesperado el horizonte de sus intenciones y deseos. Cualquiera puede hacer la observación por sí mismo: la historia del arte es un vértigo similar al de la historia de la humanidad y que nos convierte en nuestra duración individual y nuestro espacio estrecho, mejor que todas las vanidades, a nuestra pequeña medida. Las aventuras modernas de las vanguardias, que fueron relativas, han dado paso a la difusión de un presente sin rumbo ni certeza, desorientadas. Lo capital es el discurso y que este guste al capital. Los argumentos-mentiras-opiniones deben organizarse en torno a un esquema previo, dirigido a condicionar las acciones y las ideas del otro. Esta es la clave para que un mensaje resulte exitoso. En el arte actual el texto es el discurso organizativo básico en torno al que gira toda la argumentación artística. Un escrito bien estructurado que simule una coherencia compleja es un elemento de triunfo; en cambio la obra es secundaria. Un acto sin ideas es un vacío en el mundo posmoderno.

Ante tanto acercamiento empobrecedor y poco vibrante del mundo, ante tanta injerencia extraña hay que recuperar la pasión creadora, la necesidad de expresar los sentimientos de una manera visceral. Pero los sentimientos deben partir de algo, preferiblemente de algo tan sencillo como la Naturaleza, pero percibida no de un modo real si no apasionado; menos reflexión y más emoción.

El artista vocifera y a nadie le interesa. Busca un camino y se va acomodando a lo que le interesa al espectador, pero nadie le interesa. Cambia una y otra vez y a nadie le interesa. Cuando, algún día, su camino coincida con la mayoría, entonces estará derrotado. Aún hoy, todavía algunos se aventuran a atrapar el vacío con lápices, cámaras o cámaras de video. Si no nos desesperamos por trabajar con formas irrisorias que revelan en todos sus extremos que el puñado de preguntas que nos molestan no es muy diferente de las que parecían motivar los gestos de nuestros antepasados: el arte solo existe para ser probado. Siempre debemos regresar a la arena, agarrar a la bestia por los cuernos en medio de los rumores, las voces exigentes y las agitaciones. Busca con acción lo que eres. Quizás por eso su pintura parece contarnos siempre su propia historia. Es por eso por lo que no puede, tratando de decir nada más, hacer todo como si no siempre contara las condiciones  de  su  permanencia,  su  genealogía,  los  movimientos  que  la conforman, el misterio que es su fondo.

El artista es Dios en su obra, así se le llama “creador” porque es quien controla decide y organiza. Para ello va eliminando todo lo superfluo presente en el desconcierto inicial, para llegar a un estado en el que todo lo pintado tiene sentido. Así lo que en un principio fue caos al final responde a las leyes naturales de la mente del creador: la irracionalidad es revestida por la lógica de las leyes matemáticas. El artista juega con la evidencia, porque la realidad puede ser tan simple que nunca la percibimos en su totalidad, sólo fragmentada, limitada. El autor la dota con su artificio de la oscuridad necesaria para que se entienda como trascendental. Es el demiurgo que los demás necesitan para que supla por ellos la falta de imaginación del mundo. Pintar es una pelea contra el enemigo principal, que es uno mismo. Una mentira porque lo que se cuenta es pura parcialidad, algo ajeno a la realidad más inmediata. Un juego que oculta las incógnitas y aflora una nueva realidad interior inventada que sirve para esconder los secretos. La lucha es contra el mundo y no contra uno mismo, que ya está convencido. Hay que persuadir al otro-enemigo y para ello valen todas las armas: el engaño, el halago fácil, los espacios comunes, las ideas previas, las disertaciones vacuas disfrazadas de profundidad. Todo vale con tal de ser escuchado.

El cuadro es la representación tangible de un ciclo vital, es una tautología, una repetición constante de una idea desde diferentes ángulos, con ella se pretende argumentar lo mismo muchas veces, hasta llenar la tela o el pentagrama. Cualquier mínima desviación parece una novedad extrema. En los ciclos todo se renueva y se acumula, volviendo al principio. Si el cuadro empieza con una gran superficie vacía, deberá terminar con otra gran nada, que resultará de la acumulación de siglos de experiencia en forma de múltiples imágenes superpuestas. Cuanto más desnudo resulte el cuadro más depurado, veraz, innovador e iniciático. Es el gran engaño del artista, que, como la humanidad en su conjunto, anda escaso de ideas y para reafirmarse ante el mundo necesita repetirse. Pero el arte no puede cansar al espectador, por ello necesita ser disfrazado. El creador recurre al ritmo y a la armonía, organiza los colores y las formas intercalando pausas y vacíos. El cuadro es la mayor tautología posible. Es una repetición de masas de color organizadas según un criterio evidente para el artista, pero oculto para el espectador. Este sólo puede percibir claramente las manchas y sus tonalidades, pero nunca la intención originaria. Es un juego dirigido por, el creador para hacer del cuadro un lenguaje autista, de tal manera que al controlar el proceso comunicativo la palabra se torna unívoca. Es la expansión de la evidencia, porque la realidad puede ser muy simple porque siempre la percibimos particulada.

En el principio fue el desorden. La divinidad apareció como el artificio necesario para organizar el mundo, creación intelectual necesaria para justificar el orden frente al caos natural. ¡Seamos naturalistas e imitemos la realidad! Pero como tanto desorden resulta chocante para el ojo humano, ¡seamos cartesianos y organicemos el desorden!