Texto sobre «Hagiografía Banalis (Retratos desde el Otro lado)»

“El que ve a su doble es que va a morir”. Strindberg

Buscas y siempre llegas al mismo extremo: la nada. Y entonces vuelve a surgir la pregunta: ¿Cómo llenar el vacío si la realidad tan sólo es una contradicción de masas y colores? Una respuesta es enfrentarlas dejándolas chocar, que rompan el silencio, nuestro reflejo. Y así surge el cuadro, el termina como empezó: volviendo a nada. Son las manchas que van surgiendo de forma azarosa las que van marcando el devenir de la tela. Entre ellas se establece un dialogo de colores en el que todos luchan por ser el dominante. Por eso es raro que exista algún tipo de supremacía. La mancha surgiere el color, el color surgiere la forma fluyendo así el proceso vital creativo. Después se trata de encajar las formas de manera armónica y orgánica, organizándolas según los pensamientos, sensaciones y sentimientos de ese momento. Las ideas se solapan, unas permanecen en la tela, otras se transforman y otras quedan latentes. En la serie HAGIOGRAFÍA BANALIS el origen es la mancha fuertemente sometida a la tiranía del color, en un choque entre formas y colores extremos y agresivos. El artista recrea la figura humana, cara o cuerpo, partiendo de un monotipo; pinta sobre la tela a base de grandes chorretones cromáticos y crea dispersiones a base de descargas de médium y veladuras con agua, como rio, como parto sangrante. Sobre esa tela estampa otra, transfiriendo parte de lo pintado. El resultado de las estampaciones aporta un sustrato semi-figurativo, con formas casi humanas de colores múltiples que sugieren ideas que acabaran por concretarse al terminar la obra. Mediante este agresivo cromatismo hiriente que se desplaza desde lo más hondo del alma, saca al exterior toda la grandeza humana. Es la subjetividad completa que nace del grito roto de la tela hueca y se va llenando de masas de color intenso hasta saturar de forma desgarrada y forzada el espacio del cuadro.

La poética pictórica de Ceballos armoniza la simplicidad compleja y la más liviana rotundidad porque es capaz de fusionar lo antagónico, generando una profunda complicidad con el espectador. Estamos ante un artista sometido a la tiranía del color. El autor aúna la tactilidad de su pintura con atractivos tonos fosforescentes y con la poética de las palabras traducidas en imágenes para recrear escenificaciones de carácter fantástico, pero con un marcado acento espiritual. Las pinturas, en gran formato sobre tela, vibran sobre el vacío mientras imponiendo su trazo gestual y su fuerza expresiva desde una inteligente puesta en escena.

Su pintura no es discursiva ni argumentativa. No tiene una finalidad última ajustada a un mensaje preestablecido. Son pinturas expositivas, en las cuales el mensaje queda abierto la interpretación del espectador. Francisco entiende la pintura como un elogio al vacío, dialogando con arquitecturas imaginarias, recursos para la reflexión y levedades orgánicas que producen composiciones subyugantes. Bajo un juego multicolor de capas fluorescentes se esconde el manto de otra realidad oscura y feista.

Para la búsqueda de lo sublime, tan ligada a la tradición romántica, el método más adecuado es el de las oposiciones binarias. Caín y Abel, Castor y Polux, Rómulo y Remo, Esaú y Jacob, la presencia de gemelos o pares enfrentados es frecuente en la cultura occidental: en el santoral se emparejan mártires, santos y apóstoles que se complementan, incluso siendo de diferente sexo. Gemelo es el Otro, el Doppelgänger, nuestro reflejo en el espejo. Gemelo es aquella parte que ocultamos porque es la parte de nuestra persona que rechazamos. También es lo que desconocemos de nosotros, nuestra dualidad, la dimensión paralela. La otra realidad ignota de los deseos y los sueños. Son los mundos imaginarios  del  pecado,  de  la  ilusión  y  el  deseo.

Doppelgänger define al doble fantasmagórico o al gemelo malvado de una persona. En las leyendas nórdicas y germánicas, ver al propio Doppelgänger es un augurio de muerte, de mala suerte o una de enfermedad. La figura del doble conecta con otras figuras populares, como el hombre lobo, la lamia o el monstruo del doctor Frankenstein considerado de forma popular como un desdoblamiento de su creador. El romanticismo se interesa por el fenómeno del doble como materialización del lado oscuro y misterioso del ser humano. Robert Louis Stevenson toma de Hoffmann el tema de una pócima que convierte a quien la toma en una versión maligna de sí mismo en El Dr. Jekyll y Mr. Hyde, algo que es equiparable al consumo de drogas como degradación de la persona, aunque es percibido con una sensación de fortaleza o superioridad.

Hay que considerar que el lenguaje atípico de los títulos de su obra no es tal. Responden a un proceso de recreación, por el que las ideas se acumulan en capas superpuestas y entre las que se establece un diálogo-enfrentamiento del que surge el nombre. Los títulos son un juego basado en la fonética curiosa de los nombres de algunos santos y de los mártires del pasado. Es una manera de establecer un diálogo más profundo con el espectador. Surgen del momento en el que una impresión, un recuerdo, un sentimiento o una sensación generan un juego de palabras, que a veces es una broma. Ceballos juega con las palabras que sugieren las imágenes, asociando su significado unas veces con la sonoridad y en otras con su etimología. A continuación, solapa sobre la tela combinaciones numéricas de varios  elementos  y  sus  múltiplos,  asociadas  a  referencias simbólicas como la figura del artista (el yo) frente al modelo (que en ocasiones se representa como el propio lienzo y otras como él mismo). Francisco juega con los opuestos como es la ventana frente al espejo, que es por donde contemplamos el entorno y a través de la que vemos el reflejo del mundo.

Las acciones por las que alcanzaron la distinción de santos nos sorprenden. Representan hechos para nosotros fantásticos. Son el equivalente a los dioses paganos o a los superhéroes actuales. Las representaciones clásicas son recreaciones del cuerpo desnudo y torturado y de escenificaciones de hechos sorprendentes. Los retablos son uno de los antecedentes de espectáculos visuales actuales.

Nuestra única certeza es la muerte y esto es un hecho hermoso porque aporta dignidad y dramatismo a nuestra existencia. La muerte nos acerca la vida. La muerte es una entrega, recambio, un darse para que los hijos puedan vivir. La eternidad es un absurdo, es negar la vida, el egoísmo más puro. Sólo el universo puede ser infinito. La muerte es hermosa cuándo ocurre con dignidad, cuando se acoge con una asunción plena de las consecuencias. Sólo cuando la muerte resulta de arrebatar la vida con violencia, sin voluntad, pierde toda su belleza, al ser algo injusto. Asumir la muerte es ser consciente de que vivimos, de lo que somos, de que nuestra vida tiene sentido. Cuando el hombre muere, el horror latente durante el viaje explota. Es la manifestación del del Eros, una de las pulsiones básicas, el motor de nuestro comportamiento social. Al tratarlo prácticamente es sublimado y valorado desde un punto de vista funcional, trascendiendo el aspecto animal, humanizado y completado.

El que ha visto da testimonio de su hallazgo. Para llegar al entendimiento, la búsqueda en el mar de la confusión es obligada y permanecer impasible ante la realidad es el arma principal del que vive. El movimiento perturba la reflexión, la acción para que sea efectiva debe ser interior. La obra de Francisco Ceballos representa el hecho y el acto del artista frente a su obra. El pintor es el mártir al que se refiere de forma reiterada en su obra. Es el que ha visto y da testimonio de su descubrimiento. Es que en revela las realidades no visibles para los demás. La inmovilidad es la acción del mártir,» el que ha visto». Él es quien ha descubierto y da testimonio de sus experiencias. Ese descubrimiento- declaración lleva aparejado un alto grado de dolor y de placer. Permanecer como el mártir, inmóvil, impasible frente a los azotes externos, es la rebelión máxima. El bálsamo más querido, la victoria más fecunda es la soledad. El mártir- artista interioriza sus experiencias, madura sus percepciones para llegar a un grado superior de conocimiento. Con su ejemplo, abandonándose el mundo de forma voluntaria, explica a los demás sus pensamientos. Sebastián murió asaeteado. Los dardos son el movimiento, las influencias externas que exigen definir y reflexionar. Si la búsqueda es fructuosa, si se interpretan exactamente y de forma reflexiva, las saetas resultarán neutralizados. La flecha es el movimiento, el símbolo del acto creador. Representa la Kinesis, todas las formas de expresar la actitud cenestésica del artista durante el acto creativo, que son el recuerdo de vivencias asociadas a ciertas actitudes y posturas. La flecha se hunde en su carne como las ideas que mortifican al pensador. La búsqueda es siempre dolorosa y nunca finaliza. Quién ha visto y ha encontrado puede detenerse y descansar porque ha terminado. Pero algo tan elemental es a la vez una estructura muy compleja; la fecha es el símbolo del martirio y el martirio es el concepto del papel del artista ante el mundo: el que ha visto y da testimonio de su hallazgo.

El arte es la recreación de una representación de la verdad, un ensueño que parece real sin serlo, que nos parece cercano y propio porque se nutre de lo imaginado, de lo que no hemos vivido y por ello deseamos «(esa disposición misteriosa de implacable lógica para un objetivo vano»). Es la búsqueda de lo innombrable, de lo desconocido, de lo que ocultamos; es descubrir los horrores que llevamos dentro. En esa búsqueda, que es vivir, se investigan realidades. Se hallan los aspectos ocultos en un puro acto de autodestrucción. Nos desprendemos de parte de nuestra humanidad, se nos revela la verdad desconocida, nuestros demonios.

La presencia de las formas humanas ha sido escasa en la obra de Francisco Ceballos, salvo en la serie HOMINES. En aquella serie lo humano era el elemento primordial, casi único, ocupando en la mayoría de las obras la casi totalidad de la tela. Se trataba de una visión en exceso dramática, trágica y dolorosa, apasionada desde un punto de vista crístico. En HAGIOGRAFÍA BANALIS lo humano es un elemento estructural dentro del cuadro, imbricándose al paisaje como una mancha más en el cuadro. Ceballos se vale de una visión jocosa, como si se tratara de un juego entre simbólico y perverso, para el cual se sirve de algunos iconos de la modernidad. Son retratos disonantes, pintados en cambio de fase que son el eco del propio rostro. Para nuestro autor esta referencia es una disculpa para expresar la superficialidad con la que hoy en día caracterizamos el cuerpo humano.

El cuerpo/paisaje como imagen romántica es la clave del poder, de la violencia y del miedo. Imponente y terrible, se convierte en el emblema de lo femenino, de lo materno: inicio, prólogo, entrada, agujero, nacimiento. Nos invita a sumergirnos en el mundo y descubrir lo que se esconde. Porque detrás de lo evidente hay otros elementos ocultos que se intuyen. El proceso activo de ver el cuadro implica levantar ese velo, entrar y descubrir (asombrarse con lo que lo que allí se esconde) el misterio que encierra lo Humano / Femenino. El paisaje se disgrega y a medida que la búsqueda a través de este se complica, cada paso dado es un tropiezo y lo conocido se vuelve turbio e inaccesible. Pero el descubrimiento conduce al conocimiento, al horror de despertar del sueño (que es cómo vivimos la vida), a enfrentarnos con nuestra contradicción vital.

A lo largo de la Historia el Arte se ha ido representando el cuerpo humano en función de las creencias, experiencias y el conocimiento de cada cultura preeminente. La representación del cuerpo humano ha ido en paralelo con la percepción que tenemos los humanos de nuestra propia realidad. Cuando el hombre era el centro del universo, el cuerpo se representaba de forma realista o incluso idealizada. Posteriormente esta representación ha sufrido un montón de crisis asociadas a la crisis de la humanidad. Tras El Holocausto la representación del cuerpo tenía que ser terrible. Ahora el hombre ya no es el centro del universo y por lo tanto la representación que hacemos de este es totalmente fantástica y no real porque solemos percibirnos a través de fantasías que proceden del cine y la televisión por tanto las representaciones van paralelas a esta forma de entender lo que somos. Ahora hacemos una Representación irreverente, impersonal, alejada de la realidad. Pintamos homúnculos, no son personas si no visiones irreales totalmente subjetivas, entendidas como un juego y no como representación realista.

La Serie HAGIOGRAFÍA BANALIS entronca con un hecho incrustado en la memoria cultural del imaginario occidental. La frontalidad de la figura, su aislamiento respecto de un fondo velado, oculto y casi inexistente recuerda a la pintura de santos y a las series de apóstoles. Las telas se organizan a la manera de un retablo laico, lo que acentúa la teatralidad barroca de las mismas. Buscar ser los iconos del moderno ceremonial artístico. El arte está lleno de aparato porque participa de una liturgia, de su boato dónde todo es pompa y circunstancia. Los practicantes son los clientes de esta nueva religión artística se dejan guiar por los oficiantes de un culto vacuo e impersonal, del obtienen réditos inmediatos. Una las tareas primordiales del creador es dotar a su obra de la trascendencia necesaria para que esta cumpla los criterios de la liturgia moderna del arte. Parte primordial de este ritual contemplativo, común a todas las representaciones artísticas, es el silencio contemplativo. Pero el arte está lleno de aparato porque participa de una liturgia, de su boato dónde todo es pompa y circunstancia. Los practicantes son los clientes de esta nueva religión artística que se dejan guiar por los oficiantes de un culto vacuo e impersonal, del que esperan obtener réditos inmediatos. Una las tareas primordiales del creador es dotar a su obra de la trascendencia necesaria para que esta cumpla los criterios de la liturgia moderna del arte. Parte primordial de este ritual contemplativo, común a todas las representaciones artísticas, es el silencio contemplativo. Pero el arte es puro ruido, es el resultado de entrechocar y enfrentar elementos en una huida compleja de la disonancia, en la que fricción constante de los elementos plásticos genera el pensamiento cromático.

 En nuestro Mundo actual predomina la banalidad: los contenidos televisivos, el consumismo, todo es superfluo. Con esta muestra Ceballos quiere expresar esa intrascendencia mediante expresiones grotescas de lo humano y exageradas distorsiones del cuerpo alejadas del Expresionismo de principios de siglo o del Arte Bruto. El autorretrato de la contemplación, de la suficiencia ante el espejo, es la mayor de las banalidades.

La pintura de Francisco Ceballos parece contarnos siempre su propia historia, un viaje iniciático a sus propios fantasmas interiores, al “Heart of darkness”. Es por eso por lo que no se puede, tratando de decir nada más, hacer como si todo no siempre contara las condiciones de su permanencia, su genealogía, los movimientos que la conforman, el misterio que es su fondo. El artista nos presenta bajo el título de HAGIOGRAFÍA BANALIS un nuevo montaje expositivo donde alterna un dibujo difuso sobre la serie pictórica homónima, generando un proyecto interdisciplinar que experimenta con la línea y sus fluctuaciones a fin de mostrar sus tres elementos de forma helicoidal en combinaciones infinitas. Las pinturas, en gran formato sobre tela, vibran sobre el vacío imponiendo su trazo gestual y su fuerza expresiva desde una inteligente puesta en escena. Francisco entiende la pintura como un elogio al vacío en dialogo con arquitecturas imaginarias, recursos para la reflexión y levedades orgánicas que producen composiciones subyugantes. En esta Serie parte del vacío completo, rellena, explora, encuentra, retrocede y vuelve al principio dónde al final encuentra ese camino que es un retrato falsario, incompleto y veraz a la vez.

Santos Cefalóforos

Cefalóforos (del griego κεφαλής, cabeza y φέρουν, portar) son aquellas personas que, tanto en las mitologías folclóricas como en la iconografía de los mártires cristianos, llevan su cabeza entre las manos.

Algunos personajes cefalóforos son:

  • San Afrodisio
  • San Cutberto de Lindisfarne (que en realidad murió por una enfermedad, y la cabeza que porta es la del rey Oswaldo de Bernicia.)
  • San Dionisio de París
  • San Etelberto de Anglia Oriental
  • San Ginés de la Jara
  • San Lamberto de Zaragoza
  • San Laureano de Hungría (Sevilla, España; Vatan, Francia)
  • San Luciano de Beauvais
  • San Nicasio de Reims
  • San Vitores de Cerezo
  • Santa Winifreda, cuya cabeza decapitada habla, tal como se narra en el romance Sir Gawain y el Caballero Verde.
  • Bertran de Born, tal y como se lo describe en el canto XXVIII de la Divina Comedia.
  • Orfeo, despedazado por las bacantes, fue arrojado al Hebro, y su cabeza cantaba aún, mientras era arrastrada por la corriente.
  • Patroclo, mientras su cabeza volaba arrancada por Héctor, inquirió: Ultor ubi Æacides? (¿Dónde está Æacides, quien me ha de vengar?).

En diversos relatos del folclore europeo, fantásticos y mitológicos de la antigüedad, se menciona la figura de los cefalóforos, santos que una vez decapitados eran capaces de tomar su cabeza para seguir hablando. La decapitación ha sido muy estudiada, sobre todo desde la revolución francesa. El mito de que podríamos seguir vivos tras ser decapitados probablemente tiene su origen en relatos sobre la guillotina francesa.

Algunos estudios han establecido que es posible que algunas cabezas sigan haciendo algunos gestos o incluso parpadeando, hasta treinta segundos después de ser separadas del tronco. Algo parecido a cuando una lagartija pierde la cola y esta sigue moviéndose.

Los historiadores sitúan el origen de la tradición en la Galia y lo más lógico es que fuera pasando a otros lugares cristianos desde este punto. La mayor parte de los cefáloforos son franceses, y solo se tiene constancia de tres españoles: Lamberto de Zaragoza, Laureano de Sevilla y Víctor de Cereza, todos entre el siglo IV y X.

En Francia se juntan varias tradiciones, por una parte, la bíblica, aquí encontramos la figura de la decapitación de San Juan Bautista, cuya lengua, según ciertas traducciones habría reprochado a Herodías su crimen. Aunque antes en la

Biblia, ya había aparecido Judith decapitando a Holofernes. Por otra, ritos célticos y merovingios que se unieron a la prueba caballeresca de la tradición artúrica de la decapitación por medio del hacha.

Algunos cefalóforos se han convertido en iconos de grandes iglesias, tenemos el caso de San Dionisio de Notre Dame, a los hermanos San Félix y San Regula o a San Afrodisio, y así hasta un total de 130 cefalóforos reconocidos por la Iglesia Católica.

No olvidemos, que encontramos historias sobre decapitaciones y caminantes sin cabeza en muchas culturas. En Egipto Osiris, cuya cabeza después de ser cortada aparece en Abidos. En Grecia, sabemos que la cabeza de Orfeo sigue cantando en el río. Perseo sosteniendo para nuestro imaginario y para siempre la cabeza de Medusa. Y ya en la Edad Media, y en la literatura, La divina comedia, donde Bertram de Born es decapitado y usa su cabeza como foco.

Sin embargo, no es la tradición Europea la única que tiene a gente caminando por ahí sin cabeza. En la India, la diosa Chhinnamasta se presenta como una mujer decapitada.

Desnuda y llevando su cabeza en la mano, mira como las parejas copulan dentro de una flor de loto inmensa. La sangre corre de su cuello, que a su vez alimenta a su cabeza y a dos mujeres desnudas, una blanca y otra negra. La diosa lleva un collar con cráneos, ornamentos de oro y una serpiente.

En Asia y América multitud de tradiciones hablan de hombres y mujeres que sin cabeza caminan entre los vivos, la cabeza de Atahualpa dio muchísimo que hablar en la época. En Asia se habla de los ilusionistas, en otras partes del globo, de los chamanes y los guerreros dormidos de Lord Raglan y un sinfín de cuentos populares donde las gentes resucitan tras ser decapitados. Entre los bayas, por ejemplo, existe la creencia de que cuando son decapitados en acto de guerra, tienen la posibilidad de recuperar su cabeza y huir llevándola bajo el brazo para volver a colocársela.

La literatura y arte como vemos, se alían y van modificando también el imaginario. Ya en el siglo XX, en la novela Las cabezas troncadas de Thomas Mann también encontramos la misma tradición, cabezas cortadas que eran puestas en troncos que no les corresponden. Los expertos que se dedican a investigar el tema de los cefalóforos también destacan en la literatura del siglo XVIII: Las aventuras del Barón Münhhausen, la historia de las personas de la luna, cuyas cabezas podían viajar por su cuenta.

Que a la vez nos remite a Fausto y al cuento Diplomacia de Lafcadio Hearn (Diplomacia de Lafcadio Hearn, se inspira en una tradición oriental de fantasmas decapitados: se creía que tras su muerte regresaban para vengarse de sus ejecutores y del verdugo), o incluso al relato de Marcos de Obregón y su caballo sin cabeza. Pero sin duda, uno de los relatos más populares sobre decapitaciones es La Leyenda de Sleepy Hollow de Irving, que cuenta la historia de un soldado estadounidense que en la Guerra de la Independencia de Estados Unidos, pierde la cabeza tras un cañonazo. La misma figura del jinete sin cabeza es recurrente en el folclore europeo, y muy típico en varios cuentos de Los Hermanos Grimm.

 Hace unos meses en un desfile de Gucci, aparecieron algunas modelos con una reproducción de sus cabezas en sus manos. Caminaban a lo largo de la pasarela exhibiendo sus cabezas en el regazo. Lejos de ser una referencia macabra a algún film de culto, que también, esta referencia encuentra su origen en los cefalóforos.

De esta forma encontramos toda una tradición hagiográfica que bien puede ser explicada mediante la amalgama de tradiciones que se han ido construyendo y deconstruyendo, y que finalmente el cristianismo adaptó a sus propias creencias.